Hace poco más de 20 años, había vendido mi última bicicleta y me trasladaba en automóvil para casi todo, como todos los que tienen coche. Sufría cada día de estrés y el tráfico, buscaba atajos y rutas alternativas, daba unos rodeos enormes sin que mi trayecto mejorara, estaba sumido en un círculo vicioso.
Una mañana, la perspectiva de manejar en medio de embotellamientos y la desesperación por llegar tranquilo al trabajo, me decidieron a dejar el coche en el garage y salí a buscar un colectivo que nunca pasó, tampoco conseguí un taxi —entonces no había taxis de aplicación, ¡y lo que cuestan hoy en hora pico!—, así que comencé a caminar. Al llegar a un punto de la ruta, un tarado en un VW Caribe Rosa me arrojó el coche en un crucero, naturalmente le grité lo que te imaginarás. Y claro, noté el color de su auto.
Dos kilómetros adelante volví a coincidir con el tunante en un semáforo. Luego, casi llegando a mi destino, lo volví a alcanzar, y le dije: «¿ya ves, tanta prisa? Te hacía llegando a Querétaro». Caí en la cuenta de que había recorrido cinco kilómetros a pie, en el mismo tiempo que en coche. A partir de ahí, mi automóvil permaneció guardado y yo caminé. Todos los días, excepto cuando salía de viaje.
En esa ruta hacía un promedio de 5 km/H en automóvil, lo mismo que a pie, y al cambiar de ruta y dar un rodeo haciendo un recorrido más largo, mejoraba el promedio de velocidad a 12 km/H, pero al ser una distancia más larga, llegaba en el mismo tiempo: una hora y minutos de mi vida desperdiciados tras el volante y un montón de dinero tirado en gasolina, pensión del garage y tiempo perdido caminando de ahí a la oficina. A pie tardaba el mismo tiempo, pero lo aprovechaba como un ejercicio benéfico para mi salud, me distraía y evitaba el estrés.
Una década después, tenía un proyecto que me hacía ir a diario de la colonia Del Valle a la Torre Siglum, casi en San Ángel, en la Ciudad de México, un recorrido de cuatro kilómetros. Ya había comprado otra bicicleta, pero solo la usaba para hacer deporte. Mi trayecto lo andaba a pie, como siempre. Una tarde, salí del edificio al mismo tiempo que lo hacía en su BMW el director con el que trabajaba, hasta Circuito Interior donde dio vuelta, íbamos a la misma velocidad por causa del tráfico que lo detenía, nos alcanzábamos uno al otro en cada semáforo o en la fila de coches, al día siguiente me lo comentó muy sorprendido.
Al poco tiempo, este mismo ejecutivo —por eso mencioné la marca del auto— me platicó que en una visita a la agencia para el servicio del auto, comentó nuestra anécdota y le dijeron que el promedio de velocidad de por vida grabado en la computadora del coche era de 16 km/H —o algo así—, y eso que viajaba eventualmente por carretera. Al final, en el tramo San Ángel/Río Mixcoac a las 19:00 H, con tráfico lograba un promedio de 4 a 5 km/H.
Como dije, en esa época usaba la bici —de ruta—, solo para hacer deporte, me la llevaba en coche al autódromo, entrenaba en CU, iba al Ajusco, el Desierto de los Leones, La Loma, me inscribía a carreras, y hacía alguna ruta a Tlayacapan o Cuautla. Era un ciclista como muchos. Eso sí, caminaba como un animal.
Hasta que un día, tuve un proyecto en Santa Fe y otro cerca del Pantalón en Bosques de las Lomas. Y vuelta a sufrir el tormento del tráfico. Entonces tuve una revelación: «si llego al Desierto de Los Leones en bici, ¿no podré hacerlo a Santa Fe?», hice la prueba y, cargando mochila con lap-top, saco y corbata; llevando el pantalón remangado llegué en poco menos tiempo que en auto, pero feliz. Sorprendente. La bajada al regreso, qué te digo, un deleite, el premio acompañado de una parada para tomar café al final.
A partir de esa experiencia, me compré una bicicleta de ruta más económica para la ciudad, y no hubo regreso, nunca miré atrás. El tráfico de la Ciudad de México se ha incrementado mucho desde entonces, el parque vehicular se ha triplicado, ya hay embotellamientos en cualquier ruta y las horas pico se han alargado, pero yo viajo en mi bicicleta sin casi notarlo. El paraíso en dos ruedas, mucha felicidad y tiempo para disfrutar.
Claro que cuando varios ejecutivos de empresas en Santa Fe me veían llegar en bicicleta, todos pensaban y me lo decían: «estás loco». Yo lo veo al revés, lo insano me parece vivir encerrado en una jaula de acero, plástico y vidrio detenido en el tráfico. Lo insano me parece gastar de más en vehículos equipados con amenidades costosas como centros de entretenimiento para hacerlo más llevadero, o peor, estar pegado al móvil mientras se maneja. La locura es dañar tu organismo con sedentarismo y estrés, ir a un gimnasio en coche para subirte a una bicicleta fija.
Consejo: si vas a ofrecer tus servicios, hasta que te contraten, ve en automóvil, no entenderán que llegues en bicicleta, aunque tu trabajo sea creativo y requiera de libertad de pensamiento, o que demande un pensamiento racional que te lleve a economizar tiempo y dinero, no lo verán bien.
Hay recorridos cotidianos para mí, en uno de ellos, de 6 y pico de kilómetros, que a veces por fuerza hago en automóvil, o que realizo simultáneamente con mi esposa de regreso a casa, ella manejando y yo pedaleando, lo normal es que la bici supere al auto por 10 minutos de ventaja, en esa ruta con la bicicleta suelo hacer entre 18 y 20 minutos y en automóvil de 30 a 40. También estuve viajando una temporada a Atizapán, eran 35 kilómetros de ida y solía hacer una hora y diez o veinte minutos en bicicleta, otros tantos de regreso. En coche alguna vez hice dos horas por el alto tráfico, cuando lo normal es hacer unos 50 minutos.
A ver, estamos hablando de recorridos urbanos, en una urbe muy compleja y con denso tráfico vehicular —durante varios años, el más denso del mundo, según el servicio de GPS TomTom— como la Ciudad de México. Claro que el automóvil es más rápido, en carretera. De México a Cancún se hacen 21 horas, mientras que en bicicleta, se requieren de cuatro a cinco días.
Ahora combino los traslados cotidianos en bicicleta con salidas el fin de semana para hacer deporte, ciclismo más formal. Me evito la logística de encontrar tiempo en los días hábiles para entrenar, lo hago con mis viajes cotidianos, aumento la distancia en algunos de ellos, o hago intervalos cuadra a cuadra, o intercalo sprints. Lo único que lamento son los viajes obligados en coche —cada vez más escasos—. En esas ocasiones, extraño mi bicicleta, envidio a los ciclistas que pasan de largo mientras quedo atrapado en el tráfico y a aquellos que voy alcanzando a lo largo de la ruta y que a la larga me dejan atrás.
Eso sí, cuando el recorrido demanda hasta 30 minutos a pie, dejo la bicicleta y camino —todavía lo disfruto—. Ahorraría tiempo en bici, pero para circular con ella 7 a 10 minutos en un trayecto, considero que no vale la pena, ni usarla, ni el esfuerzo de bajarla por las escaleras, volverla a subir y encadenarla a donde voy.
El pretexto que más escucho para adoptar la bicicleta como medio de transporte en la Ciudad de México es la inseguridad o el riesgo, me parece que quienes lo dicen no han tenido la experiencia en los últimos años, esta ciudad es cada vez más segura para viajar en bicicleta, en muchas de sus zonas, no sé si en toda su geografía, y también hay que decirlo, la seguridad al pedalear en el tráfico depende en mucho de quien lo practica. Tenemos una serie de videos sobre cómo circular seguridad en bicicleta en la ciudad en nuestro canal de Youtube:
Dirás lector: «Si estás tan contento con la bici, por qué dices que tienes y viajas en un coche». Es de mi esposa, yo no volví a comprar uno para mí. Cuando yo iba a Santa Fe, ella siempre me decía: «estás loco, llévate el coche», nunca le hice caso, bendita sean la bicicleta y ella. Y con esa aclaración termino este artículo. ¡Nos vemos en el camino!