Si hay algo que ha caracterizado al ciclismo deportivo y particularmente el profesional, es el sacrificio, su condición agónica y ello hacía del Giro de Italia algo tan especial. Es lo que nos ha llevado a muchos ciclistas aficionados a entender que sobre la bicicleta se sufre o incluso que se debe sufrir, es lo que ha motivado tantos memes con imágenes de ciclistas desgarrados pedaleando luego de una caída, confrontados con futbolistas que se tiran al pasto y se revuelcan por un jalón de camiseta.

Hay que apuntar que sobre la bicicleta también se goza y mucho, aun cuando la usas para evitar el tráfico de la ciudad y moverte libremente por sus calles. Pero estamos hablando del ciclismo de grandes competencias, de aquel donde los ciclistas sobre sus bicicletas se tornaban en héroes por sus hazañas que inspiraron a miriadas de personas para ser ciclistas o al menos para subirse en una bicicleta y empeñarse en hazañas personales a cambio de nada, más que la satisfacción de la meta cumplida y la realización personal, inclusive de la frustración que alienta a intentarlo de nuevo.

Aldo Moser en la etapa Madesimo-Stelvio, Giro de Italia de 1965, nótese la ropa.

Y aquí viene la Etapa 13 del Giro de Italia 2023, recortada a causa de una presunta meteorología extrema, que a la hora buena, no ocurrió, a petición de un grupo de ciclistas que no querían padecer el mal clima, entre ellos el portador de la Maglia Rosa Geraint Thomas a quien cito: «Creo que se ha tomado una buena decisión. Hay que evitar este clima frío y húmedo por más tiempo», ello, muy a pesar de otros competidores que sí querían hacerla completa, entre los que se contaba el italiano Gianni Moscon que les dijo a sus contrincantes vía Twitter: «Si no te gusta, cambia de trabajo».

Esta vez no se trató de prevenir el riesgo extremo, los ciclistas solo querían estar a gusto, porque el descenso final con sus peligros de todos modos se hizo —con buen clima— y de acuerdo alguno de los inconformes con el recorte, la etapa comenzaba directamente en la subida sin calentar —cosa que hasta los aficionados sabemos bien lo negativo que es—. Algo se perdió en el ciclismo, no solo una etapa que se redujo de 200 a los 75 kilómetros finales, sino la vocación de épica, la esencia del Giro de Italia. Y ello nos deja ver, junto a otros eventos similares, que hay una nueva generación que ya no comparte valores con sus predecesores.

No es que les exija que lo pasen mal para poder disfrutar sádicamente viéndolos sufrir. En mi caso, y el de muchos aficionados al ciclismo de toda la vida, sabemos muy bien lo que es padecer en carne propia, más de una lluvia torrencial en la carretera, vestidos con un delgado maillot y en calzones de ciclista; alguna granizada arriba de la bici; descensos con los dedos de las manos entumecidos y dificultades para frenar; tener los pies adoloridos de frío hasta el grado de no poder pedalear más, por gusto. Inspirados desde jóvenes por las leyendas del ciclismo. Por ello, se admira aún más las gestas de esos campeones que lo llevan al extremo para ya no digamos ganar una carrera, para terminarla y alcanzar el Olimpo de las dos ruedas.

En la ciudad yo circulo en bici, si la lluvia es ligera, la disfruto como niño, si toca un aguacero me pongo el impermeable y busco una cornisa o un café para refugiarme mientras escampa, que como usuario cotidiano no todos los días toca ser héroe, menos si vienes o vas al trabajo. Pero a los ciclistas profesionales, les corresponde mojarse, para eso se les paga, para eso entrenan, tienen entrenadores, fisioterapeutas, masajistas, médicos y material adecuado a su disposición. Miles de aspirantes a ciclista profesional en el mundo quisieran estar en su lugar.

Cuando llueve fuerte, paro en un café

En el ciclismo, al igual que en otras tantas cosas en la vida, se predica con el ejemplo. Y no solo eso, también la inspiración. Era lo que nos daban los grandes ciclistas y las grandes carreras, lo que ha llevado a tanta gente alrededor del mundo a emular sus hazañas —al alcance de sus capacidades—, porque a ellos se les considera gigantes de la carretera como dice el clásico. Por eso sus bicicletas son deseables y tanta gente quiere una de ellas —y unos pocos adquieren—, o al menos alguna que las emule, también sus uniformes, cascos, gafas, calzado… por eso les pagan, por eso tienen patrocinadores, que son los que más pierden cuando se degrada el espectáculo. Estos ciclistas profesionales que actúan así, muerden la mano que les da de comer.

Leí hace poco que se ha perdido la cultura del trabajo duro en favor de las comodidades de la tecnología, puede que sea, de hecho hay muchos artículos en la Internet renegando de la cultura del esfuerzo. En el ciclismo de la actualidad se goza de facilidades impensables antaño, potenciómetros que te dicen el ritmo que debes llevar; ciclocomputadoras que te dicen no solo por donde ir con el GPS, sino en qué momento hidratarse o consumir alimentos; ropa térmica e impermeable, inexistente hace dos décadas —véase la foto de Aldo Moser más arriba—; rodillos inteligentes para entrenar en la comodidad de la sala conectados a la Internet que permiten hasta realizar recorridos y competencias virtuales con los profesionales.

Vaya, las bicicletas de ruta, en especial las de gama alta, ahora están equipadas con frenos de disco hidráulicos, un descenso en la lluvia ya no conlleva el riesgo derivado de unos rines mojados que deterioran gravemente la capacidad de frenado con zapatas, ya no se necesita tanta fuerza en los dedos. Los compuestos de las cubiertas de llanta han mejorado mucho el agarre. Y hasta hace poco los profesionales renegaban de estos nuevos frenos en favor de los de horquilla y las cubiertas.

Lo del rodillo está bien para los aficionados que no tienen tiempo para entrenar por atender otras obligaciones más urgentes, como el trabajo y la familia, para emular los recorridos de los ciclistas profesionales y, para librarse del mal clima. Pero precisamente el trabajo de esos ciclistas profesionales es vivir arriba de la bicicleta, más los del World Tour, para eso les pagan salarios y patrocinios. Que no digan que una amenaza de clima lluvioso les impide recorrer una etapa completa.

Este no fue un asunto de conjurar riesgos —que de dientes para afuera, organizadores, patrocinadores y muchos aficionados rechazan, cuando lo que motiva el espectáculo hartas veces es el morbo—, en este Giro y otras carreras recientes hemos visto situaciones de riesgo y accidentes provocados por la conducta irresponsable de los corredores en el pelotón, baste señalar la maniobra imbécil de Filip Maciejuk del Bahrain en el Tour de Flandes 2023, saliendo de la carretera, regresando atrabancadamente al pavimento, empujando a Tim Wellens y provocando la caída de medio pelotón; o el cerrón de Van der Poel y Philipsen a John Degenkolb en la París-Roubaix, para terminar con el innecesario arrimón de hombro que le propinó Einer Rubio a Ben Healy en este Giro 2023.

Filip Maciejuk (de rojo) del Bahrain tirando al pelotón
Einer Rubio empujando fuera de la carretera a Ben Healy, de todos modos no pudo con él en el ataque a pedales.

El ciclismo profesional es una actividad de riesgo, los ciclistas profesionales pueden afrontarlo porque tienen habilidades que escapan a los simples mortales, por ello levantan admiración. También en la conquista de las cumbres del Himalaya hay riesgo, extremo, de ahí que resulten notables desde Edmund Hillary a Reinhold Messner y muchos otros por sus hazañas inalcanzables para la gente de a pie. Lo mismo cuenta para los grandes campeones ciclistas, Merckx, Bartali, Anquetil, Hinault, Luis Ocaña y su desgracia, Greg LeMond triple ganador del Tour de Francia, recuperándose de un tiro de escopeta para volver a competir; Lance Armstrong ora levantándose del cáncer, ora levantándose de una caída y aun así ganar la etapa del Tour en Luz Ardiden, se dopaba, sí —como los otros—, pero le ponía entrega, hambre de triunfo y sabía sufrir. Hay tantas otras historias llenas de épica y hazañas sobrehumanas que los convirtió en héroes y nos incitaban a pedalear.

Nadie quiere una caída como la de Chris Froome que prácticamente acabó con su nivel de campeón, o la de Egan Bernal que tiene en vilo su futuro como ganador, ambos en bicicleta contrarreloj y en el caso del segundo, ¿a quién se le ocurre rodar en ese tipo de bici en una carretera abierta con tráfico, en Colombia? Eddie Merckx reusó ponerse el maillot amarillo al quedar como líder luego de la caída de Luis Ocaña en el Col de Menté en el Tour de Francia de 1971, y al día siguiente no salió vistiendo el suéter de líder, violando el reglamento con permiso, porque que esa no era forma de ganar. Pero no querer pasar frío, ¡en Europa?, pisoteando el ejemplo de esas figuras de antaño, es muy desafortunado, ¡señores, hay que vender!

Bernard Hinault confrontándose con unos manifestantes que impedían la continuación del Tour de Niza en 1984. Aquí no promovemos la violencia de ningún modo, es que en ese entonces, las carreras no se paraban porque sí, los ciclistas iban para correr, al límite.

¿A quién van a inspirar estos ciclistas que tenemos ahora? Hoy día lo que se tiene es el Strava, el GPS y el Swift. Los autobuses de los equipos ciclistas se distinguen por el número de enchufes para conectar gadgets. La generación actual da señales de no poder producir campeones de verdad, o como los de antes, si se quiere. ¿Se valora y dimensiona en nuestro tiempo, entre las nuevas generaciones, las gestas ciclistas de antaño? Al parecer, lo que les importa a los profesionales actuales es su comodidad, han estado muy mimados por sus equipos, las marcas, la forma de vida moderna y los medios.